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Saber poner límites a tu tiempo

Saber poner límites a tu tiempo

Por: Elena Puig Guitart



En cuanto se intenta… uffff, entramos en pánico. ¿Cómo me voy a priorizar sin pensar que soy una egoísta? ¿Cómo voy a decirle eso si se enfadará? ¿Cómo y cómo y cómo…?

Y realmente cuesta tanto decir a otro que NO, que no sabemos por dónde empezar. Y se trata justo eso: de empezar. ¿Cómo? Poco a poco. Con retos fáciles. Me será más fácil decir que no a mi hermana que me quiere un montón que al jefe… O al revés, me será más fácil decir que no a mi jefe que me da igual si se lo toma mal, que a mi pareja que sentiré que le fallo.

Es decir: no hay normas generales. Debemos individualizar. Pero hay algo que para mí es universal, que sirve para todos: que debemos de empezar por lo fácil. Practicarlo. Coger confianza. Equivocarnos. Volver a intentarlo. Y, un buen día, nos vemos capaces de aplicarlo a lo que más nos cuesta. Porque no aprendemos a dividir sin saber sumar y restar. Primero lo fácil, después lo complicado.

Y poner límites es honrar nuestra esencia. Es celebrar nuestro niño interior que desea ser cuidado. Es dejarse guiar por nuestro adulto maduro.

Poner límites es un acto de consciencia profunda.

Que nace de quererse. Pero que también nace de querer al otro. Porque le hacemos saber, sin manías, lo que nos gusta y lo que no. Porque comunicamos claramente cuál es el escenario.

Pero los límites no sólo se deben de poner a los demás. Los límites debemos saber ponérnoslos a nosotros mismos.

De poco me sirve decir a mi jefe “no, hoy no me quedo porque voy al parque con mi hija”, si después no honro mi tiempo de cenar con ella con tranquilidad. Si después no me digo a mí misma que mi tiempo de deporte es esencial. Si después no comprendo que dormir una hora más es lo que más me conviene porque voy cansada.

Así, límites a nuestro tiempo. Con los demás. Pero también con la persona más importante de tu vida: tú.



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