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¡Más humanos!, por Estéfani Espín




Y de repente todo perdió su rumbo. Los hombres se guardaban asustados, perseguidos por el virus. El miedo los paralizó, no se podían mover, ya no importaba quien era el más productivo, o si traía más pan a la mesa, daba igual si ostentaba poder o si hacía gala de sus riquezas, estaban todos entumecidos por igual. El virus no distinguía, los congeló a todos, y allí inmovilizados tenían un cara a cara con su fragilidad.


Entonces la veían, ella bailaba sin ritmo, parecía no importarle, estuvo siempre ahí pero ocupados en su inercia ,nunca la notaron.

Ahora los hombres palpaban su propia vulnerabilidad y la impotencia al ver que el "súper humano" no encontraba cura para este mal. Las pugnas de poder afloraban desde la miseria del hombre, la indolencia con los más necesitados se bañaba de egoísmo, la dictadura ordenaba destruir las muestras que prevenían al mundo de lo que iba a llegar. El hombre que nos quiso alertar terminó apresado y murió contagiado... no había remedio, el virus llegaría sin permiso y a cualquier lado.


El nerviosismo escaseó el alimento, cada uno resistía bajo instintos, primero quisieron llevárselo todo, pensaban en sus hijos, sus padres, los ancianos, y luego mientras esperaban sentados, guardados y en pausa, se encontraron consigo mismos. Y en casa todo empezó a perder sentido, ni la ropa arropaba, ni los adornos embellecían, nada... nada tenía valor mientras se esparcía el virus que habían creado con sus propias manos.


Inundados en dosis de hedonismo habían destruido su propio hábitat, contaminaron sus almas, y se creyeron más que Dios. Pero ahora estaban de rodillas, volteando los ojos al cielo porque ya no bastaba la ciencia ni el conocimiento. Ahora había espacio para el amor, las familias estaban unidas y las que no pudieron juntarse trazaron lazos aún más fuertes. Se preocupaban los unos por otros, sin juzgar. Los vecinos compartían comida, todos bendecían un almuerzo y agradecían por un día más de vida. Valoraban el trabajo del otro porque ahora ellos lo hacían, y dejaban de decir hasta mañana porque ya no sabían si ese mañana llegaría. Murmuraban las palabras del nobel porque "en la muerte la ceguera era igual para todos" y se miraban todos por igual.

Entonces cada esperanza de vida colgaba en la cuerda de valentía de un médico, enfermero, periodista, policía, agricultor, trabajador que se atrevía a superar el miedo y ofrecer su vida.


Esos hombres, que somos todos, sin santos ni pecadores, hoy vemos al mundo desde el perdón, pero también desde la ilusión. Llenos de gratitud y con ganas de recuperar la libertad y el SENTIDO que le devuelva al mundo lo que por años le hemos venido robando: ¡SU HUMANIDAD!


Por eso después de esto, cuando todo termine, habrá esperanza y solo seremos ¡MÁS HUMANOS!


#BuscaSentido

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