
Educar el aburrimiento
Por: Toni García Arias
Cuando era pequeño, una de las cosas que más me gustaba hacer era viajar en coche con mis padres y mi hermano. Me gustaba observar el paisaje, los pueblos, las casas y pensar infinidad de cosas en mi mente. De noche, incluso me imaginaba la vida de las personas que vivían tras las ventanas iluminadas.
Como nosotros vivíamos fuera de Galicia, que era donde estaba mi familia, nuestros viajes en coche para las vacaciones duraban a veces 9, 10 y 11 horas, muchas veces por carreteras estrechas por donde apenas cabían dos coches. Cuando de vez en cuando me reúno con amigos o familiares y comento estas anécdotas viajeras, todos coincidimos más o menos en los mismos sentimientos y los mismos pensamientos. Hoy en día, a los cinco minutos exactos de salir de casa para realizar un viaje largo en coche, un niño ya está preguntando ¿cuánto falta para llegar?
La capacidad de resistencia al aburrimiento de un niño de hoy en día es infinitamente menor que la de los niños de los años 70 u 80. Con la esperanza de que el niño no se aburra -y de que no perturbe a los padres-, para realizar un viaje de larga duración, los adultos los rodeamos de infinidad de artilugios: un reproductor de DVD para que vea sus dibujos animados o sus películas favoritas, la PSP para que juegue a su juego preferido, la Nintendo, varios juegos más manuales, juguetes varios, peluches, refrescos, bocadillos, chucherías, etc.
Bertrand Russell decía que "Una generación que no soporta el aburrimiento es una generación de escaso valor". Y en esas estamos. El aburrimiento se ha convertido hoy en día en el enemigo principal del ser humano. El ser humano de la modernidad tiene que hacer cosas todo el tiempo. Nada más llegar a una consulta o a una parada de metro, sacamos el móvil para navegar por Internet o para conectarnos a WhatsApp porque no podemos estar sentados sin hacer nada. Sin embargo, el aburrimiento es una actividad que nos ofrece enormes beneficios y enormes aprendizajes.
Entre ellos, podemos destacar los siguientes:
Desarrolla la imaginación y la creatividad: la falta de actividad provoca que nuestra mente imagine, cree y divague.
Fomenta la meditación: no hacer nada nos permite meditar, ya sea sobre nosotros mismos o sobre distintos aspectos de la vida, algo que el ruido del mundo exterior y la actividad constante no nos permite hacer de manera frecuente pero que, sin embargo, es muy beneficioso.
Fomenta la reflexión: al igual que la meditación, el aburrimiento nos permite reflexionar.
Nos ayuda a ser altruistas: aunque parezca extraño, el aburrimiento hace que nos descentremos de nosotros mismos y pongamos la atención en los demás.
Nos enseña a esperar: el aburrimiento nos enseña a esperar el momento, algo que es fundamental en el ser humano. No conseguir nuestros objetivos de manera inmediata nos ayuda a mejorar nuestra resistencia a la impaciencia y a la frustración.
Baja los niveles de estrés: una actividad constante sin descanso provoca altos niveles de estrés y fatiga. El aburrimiento baja de los niveles de cortisol, que es la sustancia causante del estrés.
Oxigena nuestro cerebro; el aburrimiento provoca el bostezo, y el bostezo oxigena el cerebro. Como cualquier máquina, el cerebro se sobrecalienta por el exceso de actividad, y el bostezo es nuestro particular ventilador.
Al contrario de lo que opinan algunos, el aburrimiento no es algo negativo; lo negativo puede ser tener una mala experiencia del aburrimiento. Por eso, lo mejor es fomentarlo de manera moderada. Tenemos que aprender a disfrutar de esos momentos en los que no hacemos nada, especialmente en la infancia, donde existe en la actualidad una sobre estimulación que a veces resulta muy preocupante.
Nuestros menores están sobre estimulados, están activados en exceso, por eso debemos procurar minimizar ese impacto en su desarrollo. Y es que a veces no nos damos cuenta de que, como se ve en el anuncio de la televisión, lo que más felicidad, reflexión y creatividad puede aportarnos es precisamente un momento de aburrimiento y un palo.